La calle empedrada está desierta. La luz anaranjada de farolas negras se apodera de la escena y todo cambia. Esa austeridad me traspasa y se me nubla la mente.
Cuántos habrán andando por estos suelos de piedra, y cuántas veces andé yo sin darme cuenta de su significado... De repente soy consciente del tiempo perdido, de la vida que podría haber sido y no fue. Viene el arrepentimiento y la culpa por lo que no se hizo, de lo que no se transformó y esperó tanto tiempo que casi desvaneció.
Huele a incienso y la iglesia está abierta.
Guíame hasta allí. Vístete de negro, conviérteme, átame y enséñame. Aproxímate a mí, toca mi rostro con tus manos desnudas: arderé y seremos fuego contra la fría piedra. No creeré en otra cosa que no sea en ti.
Despiértame en la noche y atorméntame, quiero sentir que me abraso y me purifico. Acuéstate a mi lado, méceme y me adormeceré contigo, y cuando despierte me temblarán las piernas y me dolerá el cuerpo. Pero no importa, porque con la primera luz de la mañana se habrá pasado. Todo se habrá convertido en ceniza latente.
Todo siempre pasa...
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